miércoles, 21 de septiembre de 2011

El lugar

Sólo escucho el murmullo interno. Se me antoja que tras el hierro pintado hay algo que no puedo siquiera imaginar. Me extraña que nadie busque la salida. Todos actúan con una normalidad casi excéntrica. Me pregunto porqué hay hombres apostados en las esquinas. ¿Son guardias? ¿Hay motivos para defenderse? No pareciéramos representar ninguna amenaza, casi da risa de sólo pensarlo. Tal vez exista un peligro afuera. No podemos salir, lo se porque me lo impidieron. ¿Nos están protegiendo? ¿Cual es el riesgo?

Las preguntas son mías, sólo mías. La mayoría de los hombres dormitan en el suelo; las mujeres, agrupadas, susurran lágrimas y gimoteos; los más jóvenes mastican astillas de madera y los niños, como siempre, ajenos.

Decidí ser parte del ambiente, ocupé una silla próxima a la única mesa, apoyé la cabeza en mis manos, y me dejé abandonado.

Un ruido ensordecedor ocupó el vacío. Miré en derredor. Todo estaba igual de quieto. Entorné los párpados y una luz escandalosa quebró mi penumbra. Busqué desesperado con los ojos tan abiertos. Todo estaba igual de sombrío. Con terror cubrí mi cabeza bajo los brazos. Los gritos y aullidos me enloquecieron. Me levanté trastabillando. Todo estaba tan sereno. Corrí. Golpee con fuerza cada pedazo de hierro sin saber si era pared, puerta o ventana violada. Me sudaron las manos y un escalofrío se alojó en mi espalda. Grité hasta que la voz me dejara.

- ¡ No quiero morir! ¡ Sáquenme! ¡ No quiero morir!

Entonces, sólo me miraron, primero con cierto recelo. Rieron. Les devolví la mirada, con atención y sorpresa. Lo supe entonces. Estamos muertos. ¿Es este el averno?

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