Lo vieron al
mismo tiempo. La presión en sus manos entrelazadas fue signo suficiente. Así
como el silencio en sus labios sueltos por el impacto de la sorpresa.
¿Es ésta la
muerte? ¿En esta inmensa oscuridad transita lo eterno? ¿No habían aprendido que
Dios es Luz? Quizá no los habían engañado y ese destello brillante y mínimo era
el Dios aprendido. Nunca imaginaron que podría ser tan pequeño y menos que
duraría tan poco.
Porque están
absolutamente seguros que en esta profunda negrura sin límites ni espacios, ni
suelos ni cielos, vieron los dos un punto de luz.
Están
convencidos que aún sin detectar dirección alguna, y girando sus cabezas algo
marchitas, una y otra vez, recorriendo ángulos agudos y obtusos, llanos y completos, por ninguna parte si es
que aquí hay parte alguna, lo vieron de nuevo.
Decidieron no
soltarse, por si así permanecieran para siempre, que fuera con la piel de uno
entibiando la del otro. Y si los ojos quedaran ciegos de aburrimiento, percibirse
juntos, aún callados y temblando.
Porque así
vivieron, así viajaron, así están aquí, y así quieren seguir, juntos.
Y si ese punto
de luz que se les escapó prefiere no volver, saberse ellos así de unidos, en
esta ausencia de espacio, en este vacío.
Fue entonces
cuando una noche virgen dio a luz en la oscuridad.
Fue entonces
cuando el niño lloró a sus padres frente a una nueva estrella.
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