martes, 3 de septiembre de 2013

De un punto de luz en la oscuridad

Lo vieron al mismo tiempo. La presión en sus manos entrelazadas fue signo suficiente. Así como el silencio en sus labios sueltos por el impacto de la sorpresa.
¿Es ésta la muerte? ¿En esta inmensa oscuridad transita lo eterno? ¿No habían aprendido que Dios es Luz? Quizá no los habían engañado y ese destello brillante y mínimo era el Dios aprendido. Nunca imaginaron que podría ser tan pequeño y menos que duraría tan poco.
Porque están absolutamente seguros que en esta profunda negrura sin límites ni espacios, ni suelos ni cielos, vieron los dos un punto de luz.
Están convencidos que aún sin detectar dirección alguna, y girando sus cabezas algo marchitas, una y otra vez, recorriendo ángulos agudos y obtusos,  llanos y completos, por ninguna parte si es que aquí hay parte alguna, lo vieron de nuevo.
Decidieron no soltarse, por si así permanecieran para siempre, que fuera con la piel de uno entibiando la del otro. Y si los ojos quedaran ciegos de aburrimiento, percibirse juntos, aún callados y temblando.
Porque así vivieron, así viajaron, así están aquí, y así quieren seguir, juntos.
Y si ese punto de luz que se les escapó prefiere no volver, saberse ellos así de unidos, en esta ausencia de espacio, en  este vacío.
Fue entonces cuando una noche virgen dio a luz en la oscuridad.
Fue entonces cuando el niño lloró a sus padres frente a una nueva estrella.

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