lunes, 30 de septiembre de 2013

La huida

Comenzó caminando rápido, más rápido que lo habitual. La gente en la calle le dejaba paso, tal vez creían que andaba apurado sabe Dios por qué justo motivo.
Luego, cuando calculó una distancia prudencial, aminoró la marcha restableciendo el ritmo del aire que entraba en sus pulmones casi a bocanadas. Se ajustó la campera y percibió con sus dedos largos el bulto en el bolsillo izquierdo. Sintió cierto placer que se le enredó con un tanto de miedo. Giró la cabeza bruscamente. Luego se arrepintió pues un hombre prestó atención a su movimiento repentino. Pero con rapidez y un aire distraído alzó el cuello como si buscara algo, dio media vuelta y continuó andando. El hombre frunció el ceño y sin prisa, persiguió sus pasos.
Dándose cuenta, tocó el bolsillo izquierdo y se sintió sospechado, lo que lo llevó a andar más ligero mientras sus manos se humedecían de nervios y su nuca tensaba el miedo.
No volvería a cometer el mismo error. No espiaría a sus espaldas. Decidió avanzar. Nada lo detuvo hasta que el mismo sol se aburrió de iluminarlo. La sed y el cansancio esperaban pacientes a que tuviera conciencia y los atendiera de una vez. Pero la sombra lo seguía. ¿La suya? ¿La otra? Se aseguró de no volver a correr el riesgo, no miraría atrás aunque la duda persistiera. Y así lo encontró el olvido, huyendo de la sombra.





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