Comenzó
caminando rápido, más rápido que lo habitual. La gente en la calle le dejaba
paso, tal vez creían que andaba apurado sabe Dios por qué justo motivo.
Luego, cuando
calculó una distancia prudencial, aminoró la marcha restableciendo el ritmo del
aire que entraba en sus pulmones casi a bocanadas. Se ajustó la campera y
percibió con sus dedos largos el bulto en el bolsillo izquierdo. Sintió cierto
placer que se le enredó con un tanto de miedo. Giró la cabeza bruscamente.
Luego se arrepintió pues un hombre prestó atención a su movimiento repentino. Pero
con rapidez y un aire distraído alzó el cuello como si buscara algo, dio media
vuelta y continuó andando. El hombre frunció el ceño y sin prisa, persiguió sus
pasos.
Dándose cuenta,
tocó el bolsillo izquierdo y se sintió sospechado, lo que lo llevó a andar más
ligero mientras sus manos se humedecían de nervios y su nuca tensaba el miedo.
No volvería a
cometer el mismo error. No espiaría a sus espaldas. Decidió avanzar. Nada lo
detuvo hasta que el mismo sol se aburrió de iluminarlo. La sed y el cansancio
esperaban pacientes a que tuviera conciencia y los atendiera de una vez. Pero
la sombra lo seguía. ¿La suya? ¿La otra? Se aseguró de no volver a correr el
riesgo, no miraría atrás aunque la duda persistiera. Y así lo encontró el
olvido, huyendo de la sombra.
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