lunes, 30 de septiembre de 2013

La sombra

A medida que la noche se asentaba, la hendija de la puerta comenzaba a brillar reflejando la luz del umbral. Una vez que terminé de lavar los platos y me serví un té caliente, me senté a la mesa con las páginas para ordenar. Mañana temprano pasaría el editor a recoger el manuscrito.
Coloqué el farol antiguo sobre la mesa. La luz tenue y cálida creaba en la habitación la intimidad y la concentración que necesitaba. Las paredes se escondieron tras las sombras que dibujaban los rayos detenidos por las formas cotidianas.
Comencé a separar los capítulos. Algo me llamó la atención y dirigí la mirada hacia la puerta. No fue un sonido, aunque permanecí alerta en silencio. Nada ocurrió. Continué.
Pasaba las páginas recordando los momentos inspiradores, las horas de corrección, la alegría y el cansancio. Otra vez. Advertida la percepción, ahora distinguí con claridad una sombra interrumpiendo el haz de luz en el vano de la puerta. Supuse la presencia de alguien. Esperé que sonara el timbre. Silencio. El reflejo se acomodó de nuevo.
Comencé a apilar en orden las hojas cuando vi otra vez la sombra. Ahora permanente, deja apenas unos trazos de reflejo intermitentes. Quedé inmóvil. No me animé a preguntar. El silencio reinaba tanto afuera como adentro. Me reconocí con miedo. Era tarde. Decidí llamar a mis vecinos, o a la comisaría. Con cautela me levanté para buscar el teléfono. Las sombras en la pared se movieron. Me confundí. Trastabillé con la mesa, cayó el farol con estruendo. Aplastada mi cara en el suelo escucho el aullido desgarrador de un gato que se aleja.



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