jueves, 16 de mayo de 2013

Cerrojos


Subí los escalones descalza y temblando. La puerta cancel puso fin a mi carrera. La mirada insidiosa y el gesto violento quedaron detrás del hierro patinado. Y mi vientre virgen, sudorosa mi piel apaciguando las lágrimas.
Desde aquella tarde, que recuerdo abrigada por un sol tibio y brillante, cayó un velo que rasgó toda luz, pues ya no hay mañanas que atraviesen mi ventana. Aburridas las tardes se alejaron para siempre. La enredadera se hizo dueña de pestillos y picaportes. Vestida de verde intriga a los vecinos, en tanto sus venas tejen mi silencio. Ella creció, y yo me acomodé. Como el miedo.

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