Subí los
escalones descalza y temblando. La puerta cancel puso fin a mi carrera. La
mirada insidiosa y el gesto violento quedaron detrás del hierro patinado. Y mi
vientre virgen, sudorosa mi piel apaciguando las lágrimas.
Desde aquella
tarde, que recuerdo abrigada por un sol tibio y brillante, cayó un velo que
rasgó toda luz, pues ya no hay mañanas que atraviesen mi ventana. Aburridas las
tardes se alejaron para siempre. La enredadera se hizo dueña de pestillos y
picaportes. Vestida de verde intriga a los vecinos, en tanto sus venas tejen mi
silencio. Ella creció, y yo me acomodé. Como el miedo.
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