jueves, 16 de mayo de 2013

La mañana diferente


Me sorprendió la nota. Estaba escrita en lápiz en un papel de cuaderno, apoyada entre la taza y la cafetera. Todavía el reflejo del sol no entraba por la ventana, aunque la claridad rebotaba en las paredes de la cocina. Fui a buscar las lentes. Tomé el papel con una mano y con la otra me serví el café. Aquella tembló, y ésta, distraída, derramó el líquido sobre la mesa.
Apenas pude sentarme. No pensaba, no sentía. Desapareció el entorno. El mundo se había vaciado de repente y la piel tensa deseaba ser ajena. Los ojos borroneaban unas letras ahora desconocidas, aquellas que en las mañanas se habían enlazado con ternura, y que hoy, bajo este sol tibio, nuevo como nunca, garabatean una despedida, osada y cruel, cobarde y ladina.
No hubo tiempo para el llanto, si hasta la lágrima sufrió el desgarro. Pero las manos se crispan, y en los nudillos se acuna la sangre herida. El tiempo robó dolores y atesoró castigo.
Desde algún día, se perpetuaron las mañanas sombrías.
Por la ventana, ahora no entra nunca el sol, la claridad se enreja en las paredes y un poco más allá, yace la llaga, mi sentencia, y su olvido.

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